Ladrilleros es otra novela argentina contemporánea que sitúa su
narración en el campo, en las margenes del país, en un pueblo olvidado del norte. Últimamente
escuché hablar mucho y muy bien de esta escritora. Parece que sigue
siendo todo un acontecimiento si es una mujer joven la que escribe bien,
una muchacha del interior la que tiene algún éxito comercial y en
círculos literarios, de forma que todo el mundo lo comenta, como si
fuese la gran excepción. No sé bien como funciona eso. Tampoco sé como
funciona revelar todo que se pasa desde la primera página y lograr una
novela buena.
Estamos en el Chaco (o por ahí), en una tierra lejos de todo y castigada por el sol, el año entero. En el barrio no hay mucho que hacer. Para los adultos están las carreras ilegales de galgos, juegos de cartas y la bebida. Para los changos hay bicicletas, metegol, un canal, y los dos bandos callejeras a los que unirse para aprender las masculinidades. La eterna rivalidad sostiene el orden del pueblo, nadie se escapa de esa realidad. La historia es bastante simple, se trata de las relaciones entre dos familias, primero entre los padres, Óscar Tamai y Elvio Miranda, ambos ladrilleros, después entre los hijos varones Pajarito y Marciano y respectivas barras de compinches. Las violencias que se reproducen, las familias son muy parecidas, viven en el mismo barrio, en las mismas condiciones precarias. Se narra alternando de escena entre las dos familias de manera muy rápida y se dispensa del orden cronológico, así pasamos las estaciones importantes y algunas cotidianas, la siesta, el parto, el casamiento, el primero sexo, la primera gran bronca, problemas de trabajo, las muertes de los perros, las trompadas, los momentos decisivos de la infancia, los días en que el parque de diversiones pasó por el pueblo. En el principio, los chicos Pájaro Tamai y Marciano Miranda son casi confundibles, espejos, con la diferencia que uno odia al padre el otro extraña el suyo, sentimientos naturales en esas circunstancias, cosas que marcan la vida de los muchachos para siempre y sin posibilidad de escapar, de decidir sus vidas, de encontrarse.
Selva Almada escribe muy bien, las escenas le quedan vivos, bastante "plásticos" como se dice, pero por alguna razón, en el medio mantiene distancia con los personajes, o tiene un problema narrativo, algo que se pierde al anunciar lo que pasa desde la primera página o es porque muda de escena demasiado rápido, cada dos o tres páginas. A lo mejor, simplemente leí demasiado en las últimas semanas y es esa la razón de haberme quedado algo pesado, flojo no está, pero me parecía faltar tensión en algún lado. Su voz es la habla agresiva de jerga del pueblo de los chamigos, sin piedad ni parafraseo, dice las cosas por el nombre, ahí se culean pendejas y se dan palizas de cinturón, se busca la carne enemiga con filos, se mascan conchas, se agarran piñas entre charcos de meo y vomito.
Sin embargo, hacia el final se densifican las escenas narradas y va quedando menos fragmentado y más vivas porque conectadas. Ahí si es fácil encariñarse con ellos. Se sienten esas energías de adolescentes de jóvenes adultos de ya son Pájaro y Marciano cuando salen en sus motos a bailar y beber porrones. Vale más y más la pena. A pesar de que ya se sabe de la primera página que los dos se están muriendo, va a haber un desenlace, algo que impulsa a leer más rápido, porque falta una escena importante que todavía no se nos contó bien. Y aún al final, sabiendo que pasa, el texto deja sin aliento y llegan los policías y caminan por el pasto estropeado igual que el pelo del viejo pony de la feria atado en el boliche de lata.
Estamos en el Chaco (o por ahí), en una tierra lejos de todo y castigada por el sol, el año entero. En el barrio no hay mucho que hacer. Para los adultos están las carreras ilegales de galgos, juegos de cartas y la bebida. Para los changos hay bicicletas, metegol, un canal, y los dos bandos callejeras a los que unirse para aprender las masculinidades. La eterna rivalidad sostiene el orden del pueblo, nadie se escapa de esa realidad. La historia es bastante simple, se trata de las relaciones entre dos familias, primero entre los padres, Óscar Tamai y Elvio Miranda, ambos ladrilleros, después entre los hijos varones Pajarito y Marciano y respectivas barras de compinches. Las violencias que se reproducen, las familias son muy parecidas, viven en el mismo barrio, en las mismas condiciones precarias. Se narra alternando de escena entre las dos familias de manera muy rápida y se dispensa del orden cronológico, así pasamos las estaciones importantes y algunas cotidianas, la siesta, el parto, el casamiento, el primero sexo, la primera gran bronca, problemas de trabajo, las muertes de los perros, las trompadas, los momentos decisivos de la infancia, los días en que el parque de diversiones pasó por el pueblo. En el principio, los chicos Pájaro Tamai y Marciano Miranda son casi confundibles, espejos, con la diferencia que uno odia al padre el otro extraña el suyo, sentimientos naturales en esas circunstancias, cosas que marcan la vida de los muchachos para siempre y sin posibilidad de escapar, de decidir sus vidas, de encontrarse.
Selva Almada escribe muy bien, las escenas le quedan vivos, bastante "plásticos" como se dice, pero por alguna razón, en el medio mantiene distancia con los personajes, o tiene un problema narrativo, algo que se pierde al anunciar lo que pasa desde la primera página o es porque muda de escena demasiado rápido, cada dos o tres páginas. A lo mejor, simplemente leí demasiado en las últimas semanas y es esa la razón de haberme quedado algo pesado, flojo no está, pero me parecía faltar tensión en algún lado. Su voz es la habla agresiva de jerga del pueblo de los chamigos, sin piedad ni parafraseo, dice las cosas por el nombre, ahí se culean pendejas y se dan palizas de cinturón, se busca la carne enemiga con filos, se mascan conchas, se agarran piñas entre charcos de meo y vomito.
Sin embargo, hacia el final se densifican las escenas narradas y va quedando menos fragmentado y más vivas porque conectadas. Ahí si es fácil encariñarse con ellos. Se sienten esas energías de adolescentes de jóvenes adultos de ya son Pájaro y Marciano cuando salen en sus motos a bailar y beber porrones. Vale más y más la pena. A pesar de que ya se sabe de la primera página que los dos se están muriendo, va a haber un desenlace, algo que impulsa a leer más rápido, porque falta una escena importante que todavía no se nos contó bien. Y aún al final, sabiendo que pasa, el texto deja sin aliento y llegan los policías y caminan por el pasto estropeado igual que el pelo del viejo pony de la feria atado en el boliche de lata.